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Porque el derecho de decir lo que pienso y lo que siento me fue dado por los Dioses, no me podrá ser quitado por los hombres, sin que éstos, tarde o temprano, paguen el justo precio.


viernes, 17 de septiembre de 2010

El Grito del Bicentenario: El Grito de auxilio de la miseria, y el grito de júbilo y burla de los apátridas.

El Grito del Bicentenario: El Grito de auxilio de la miseria, y el grito de júbilo y burla de los apátridas.

El día 14 de septiembre de 2010, de muy mala gana, me vi en la necesidad de salir a la calle; precisamente al centro de la Ciudad de México. El problema empieza como todos los capitalinos sabemos, en el metro, como siempre a reventar, y eso que lo tomé en la terminal Pantitlán, pues ahora no se que paso, que estaba mas lleno de lo que me había tocado en cualquier otro día. Todos con un semblante raro, como si no estuvieran viviendo en la realidad, o como si intentaran no vivirla. Las risas forzadas de los chavos del Colegio de Bachilleres se escuchaban por todo el andén, risas vacías, la risa de quien siente que no va a ningún lado, pero por medio de esa risa, intenta darse fuerza para seguir adelante en un ambiente que le esta siendo a todas luces adverso, un ambiente que se está convirtiendo en su enemigo: un enemigo difícil de vencer, porque se vive dentro de él.

Subí al tren entre empujones, jalones, y pisotones, parece que en ganar un lugar para ir sentados representa algo muy importante para varios de los pasajeros; me tocó parado recargado en la puerta del fondo. En la primera estación, Zaragoza, sube un vendedor de discos pirata, quién sin ninguna consideración pone la musica, sea de tu agrado o no, a todo volumen; la fuerza de la costumbre, de vivir eso todos los días, hace que ya no te afecte, pero ahora lo percibí un poco diferente. En la mirada del joven vendedor, se podía ver una gran tristeza, combinada con frustración; con rapidez volteaba su cabeza para ver a su derecha, y luego a su izquierda, y de vuelta, para ver si alguien le compraba uno de sus discos: nadie en todo ese vagón le compro. A punto de llagar a la siguiente estación, la expresión del vendedor cambió, ahora era de una gran desesperación. Nadie lo notó, porque nadie nota lo que sufren los demás.

Así continué viajando hasta llegar a la estación Merced. Allí la cosa no fue mejor, multitud de personas con productos para vender el día del grito, ocuparon el poco espacio que quedaba libre. Cargaban enormes bolsas de plástico negro, de esas que se usan luego para la basura, llenas de fuegos artificiales, huevos rellenos de confeti, dulces y botanas, maíz para pozole y tamales, etc,etc., ¿para qué todas esas cosas?, para trabajar vendiendo comida o los artículos mencionados, mientras otros, pueden darse el lujo de solo festejar en esas fechas.

Llegando a Pino Suarez, salí casi como entré, entre empujones, jalones y pisotones. Y entonces a caminar entre la multitud, tenía que dirigirme hacia la plaza de Santo Domingo, por lo que debía pasar por el Zócalo. No quise transbordar, tenía ganas de andar por ahí a pie, ver como se percibía la ciudad a un día antes del grito del Bicentenario. El panorama fue de los mas triste que haya visto en otros años: vallas metálicas, policías antimotines, un mundo de gente caminando en la zona, tratando de ver lo que sería un grito al que no podrían asistir. Por primera vez en años, el grito se vuelve un evento privado... el pueblo pobre... ya no tiene derecho a asistir: ¡hasta eso nos han quitado!

Muchos transeúntes llevaban la cara pintada, como los antiguos apaches, con los colores verde, blanco y rojo; algunos muy contentos, tratando de hacerse la vida mas alegre en medio de su desgracia. Una imagen llamó mi atención, entre todo el "júbilo", no faltaban los limosneros; muchos de ellos ancianos, desvalidos y desprotegidos del sistema. Los organilleros suplicando por monedas, para mantener la tradición del organillo, pero casi nadie les daba, y rara vez pensamos: ¿esos mexicanos que van a comer en una fecha tan importante?.

A 200 años de independencia, y 100 de revolución, estamos volviendo al mismo punto que originó las dos importantes gestas heroicas. No hemos tenido la capacidad de pensar en el otro, y nuestro desamor por nuestro prójimo, será nuestra perdición como nación, e incluso, como civilización. Festejaremos un grito en el que los principales asistentes, vallas y policías, junto con demás represores, se encargarán de recordarnos que poco hemos cambiado de hace 200 años a la fecha. Nos recordarán que la dependencia cambió de manos, y que nuestra revolución no fue completa. Nos recordarán que todavía tenemos que luchar para terminar lo que nuestros Héroes comenzaron, pero que por sus prematuras muertes no terminaron. Ahora nos toca a nosotros y en honor a su memoria, terminar los movimientos, y formar en realidad el pueblo que queremos.

Será el grito de la miseria, un grito que nadie escucha; un pedido de auxilio de los desprotegidos; y un grito de alegría de los opresores, que tienen que festejar que hasta ahora están haciendo lo que quieren con un pueblo noble, pero no tonto. Este grito será el grito de un nuevo comienzo, un comienzo tardío, pero necesario; el comienzo de la nueva lucha, por un nuevo México.

¡Viva México Canijos!

Apocalipsis 3:16